El obispo de Menorca, Mons. Francisco Conesa, se dirige a los fieles y a la sociedad menorquina con una reflexión sobre la importancia de preservar la esencia de la Navidad.
Tengo la impresión de que la sociedad del siglo XXI no sabe qué hacer con la Navidad. En otros tiempos, cuando se respiraba un ambiente religioso, todo tenía un sentido más claro. Era la celebración del acontecimiento más grande de la historia humana, el nacimiento del Mesías Hijo de Dios. Pero en nuestros días son muchos los que dejaron de reconocerse como creyentes o simplemente nunca aceptaron el mensaje religioso de la Navidad. En este contexto, algunos piensan que sólo podremos salvar la Navidad si renunciamos a su origen, si olvidamos por qué se celebra y la convertimos en una fiesta de invierno, llena de bucólicos pasajes nevados. Creo sinceramente que se equivocan.
La Navidad sólo se puede salvar si permanece fiel a su origen. Por eso, mi propuesta es que no se desvincule la Navidad del nacimiento de Jesús de Nazaret. Esto no supone que la sociedad reconozca a Jesús como el Dios hecho hombre. En una sociedad plural como la occidental, algunas personas reconocemos a Jesús como nuestro Salvador mientras que para otros es simplemente uno de los personajes más importantes de la historia humana. Navidad celebra su nacimiento. Para el creyente, es la manifestación suma del amor de Dios; para quien no cree, es el nacimiento de alguien que ha determinado la historia de la humanidad. Pero lo que me parece absurdo es el intento continuado de algunas personas e instituciones por reinterpretar la Navidad como una fiesta que celebre el solsticio de invierno.
Eso sí, si queremos salvar la Navidad, deberemos hacer frente a tres peligros muy graves que la acechan. El primero y más claro es convertirla en una fiesta del consumo. Está bien tener un detalle con los niños y con las personas a las que amamos, pero parece que cada vez más la Navidad se identifica con el gasto. Ahora, además, viene precedida por el “Black Friday” y seguida por las rebajas, de manera que la Navidad es una excusa para comprar, a veces compulsivamente. Estamos, quizás, ante la perversión más grande de la Navidad, porque lo que celebramos es precisamente a un Dios que nace en la pobreza de un establo. Por eso, el mejor antídoto para este veneno es ser solidarios. Sólo quien comparte sus bienes con los más pobres puede celebrar de verdad el nacimiento de Jesús.
El segundo enemigo es ese laicismo exagerado que está dominando el espacio público. No son pocas las instituciones que han declarado que lo público debe ser ateo, porque piensan de modo equivocado que es la única manera de respetar a todos. En consecuencia, eliminan toda referencia religiosa de nuestras calles y edificios oficiales e incluso se atreven a sugerir que es mejor no felicitar diciendo “feliz Navidad”. Como contrapartida, llenan las calles de luces, adornos y elfos, aunque no se acaba de saber bien por qué se ponen. En mi opinión, un estado aconfesional no es aquel que expulsa la fe religiosa del espacio público, sino el que respeta la presencia de cualquier creencia de sus ciudadanos. Una sociedad plural no es aquella en la que los espacios públicos quedan reservados para los que no profesan ninguna religión, sino aquella en la que se respetan todas las creencias. Es absurdo, además, ignorar que una buena parte de la ciudadanía sigue siendo cristiana y no ha perdido la memoria de lo que se celebra.
Según mi juicio, hay un tercer enemigo, que es ese sentimentalismo empalagoso que llena a veces el ambiente con mensajes edulcorados. Lo saben muy bien los gurús del marketing comercial, que aprovechan esos sentimientos para vender sus productos. Es cierto que en Navidad afloran en nosotros buenos sentimientos y es conveniente que así sea. Es un tiempo en que nos sentimos más cercanos a todos, especialmente a las personas a las que amamos. Pero tengo la sensación de que la celebración de la Navidad corre peligro si queda sólo en manifestar unos sentimientos y no dejamos que esta celebración penetre un poco más en nuestra vida y nos haga trabajar cada día para que la fraternidad entre los hombres y la solidaridad sean una realidad.
Como veis, creo que también en nuestro tiempo vale la pena seguir celebrando el nacimiento de Jesús, que es la esencia de la Navidad. Para hacerlo no es obligatorio tener fe, aunque quien cree contempla esta fiesta de otro modo. Pero, por favor, dejémonos de paisajes de invierno y de mensajes dulzones que desfiguran la Navidad e incluso pueden acabar haciéndola odiosa.
Por cierto, que tengáis muy feliz Navidad. Bon Nadal!
+ Francisco, obispo de Menorca