Pregón de la Semana Santa de Maó 2025

Día 9 de abril el médico cirujano Alberto Gil Iriondo pronunció el pregón de la Semana Santa de Maó. Manifestó que “los días santos se convierten en una guía en esta travesía hacia el Padre”.

Fotografía portada: Katerina Pu/Diari MENORCA

A CONTINUACIÓN, PUEDEN LERR EL TEXTO ÍNTEGRO DEL PREGÓN QUE PRONUNCIÓ ALBERTO GIL IRIONDO:

“Buenas tardes a todos.

En primer lugar, he de mostrar mi profundo agradecimiento por haber sido nombrado pregonero de esta Semana Santa de 2025 en Mahón. Es un alto honor para mí el haber sido elegido para preludiar tan importantes actos, de la que considero mi ciudad de adopción.  Asimismo, es maravilloso poderlo hacer en mi parroquia, esta tan especial para mí, Iglesia de Santa María, que tanto me aporta y que considero mi casa. 

Acompañado por nuestro Sr. Obispo, querido D. Gerardo, al que me permito aquí mostrar público afecto y gratitud. Estima dirigida también al rector y los sacerdotes que hoy nos acompañan. En comunión con mis muy queridas vecinas hermanas concepcionistas y el resto de comunidades religiosas en la isla. A las cofradías y sus hermanos mayores debo particular reconocimiento por su concurso en mi elección este año.

Es motivo de gran alegría verla llena de fieles, me congratulo de la asistencia de mis hermanos de hábito, los Caballeros de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén. Quisiera abrazar, uno a uno si pudiera, a tantos amigos y gente que aprecio. Especialmente quiero saludar con toda gratitud a mis pacientes, los cuales son el motor más importante en esta mi andadura en Menorca, y el motivo de que esté aquí hoy entre ustedes, espero por muchos años.  Particularmente tengo presentes a aquellos que no pudiendo estar aquí, viven y vivieron la Semana Santa Mahonesa con especial devoción. A todos, gracias.

Iniciamos en breve el período más trascendente del Año Litúrgico, y algo especial vamos sintiendo ya en nuestro interior, sentimientos de alegría se entremezclarán con desazón y profunda tristeza, la incredulidad dará paso a la esperanza y a la gratitud. Vamos a sentir amplificados, concentrados y trascendidos los hitos que jalonan nuestra propia vida.

Jesús, encarnado hombre, decidió de la mano del Padre experimentar nuestras mismas tribulaciones y gozos, dándoles un sentido nuevo, e imbuyéndolas de una resonancia eterna y universal.

Sin menoscabo del resto de las parroquias del arciprestazgo, bellísimas y venerables todas ellas, tengo la alegría de dirigiros unas palabras desde mi amada Santa María.

Esta maravillosa iglesia, es nuestra casa, y a través de ella estableceré una serie de paralelismos vitales que no hacen sino repetir, reflejar y aspirar al sobrecogedor ejemplo de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor, suponiendo éstas, una guía en esta travesía hacia el Padre que es nuestra vida como cristianos. Jalonada de incertidumbre, dolor, traición y envidia, soledad, enfermedad y muerte. Pero también plena en Fe y amor, vitalidad, fraternidad y una profunda esperanza. Pues todo esto, concentrado y trascendido es lo que vamos a experimentar en el crisol de la Semana Santa.

Hoy les hablaré de un edificio vivo, de sus dolencias y fortalezas, de sus piedras y puertas, grietas, ventanas, campanas y sepulcros, su órgano y las voces humanas que habitan en nuestra casa. Esta Iglesia, como tantas está construida con las mejores piedras, escogidas con esmero y labradas con gran esfuerzo y delicadeza, por las gentes de Mahón, con vocación de perdurar en el tiempo.

Así Pedro, piedra fundacional de la Iglesia, escribe: “Pongo en Sión la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa”. P 2: 6-12 Nuestra parroquia es un testimonio de la fe de nuestros antepasados y un ejemplo de su pericia y tesón. Superpone innumerables generaciones que aportaros lo mejor de sí mismas para elevar un templo digno al Señor. Y estoy convencido, de que volcando en la erección de este templo lo mejor de su talento, nuestros precedesores se enriquecieron espiritualmente en la empresa. Recibimos mucho más de lo que damos.

Prosigue el príncipe de los apóstoles: “así vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”. P 2:5-9

Poco podemos enseñar del arte de la labra en piedra terrenal a la Cofradía de San Pedro, cuya sede, la Iglesia de la Concepción, es toda una filigrana. No puedo dejar aquí de recordar la primera vez, que siendo yo forastero, contemplé con asombro ese cielo cuajado de neulas en Navidad, encuadrado en esa perfecta cruz griega, que nos recuerda además la deseable comunión con otras iglesias cristianas. en la cual deberíamos perseverar.

Somos pues, hermanos, piedras que debieran ser trabadas con la todopoderosa argamasa que es Cristo para construir su Iglesia. La de Santa María de Mahón sigue en pie, al igual que los fieles que cobija seguirán estando a su altura mientras engarzados como piedras vivas eleven su plegaria al Cielo.

¿Y, por dónde acceder a la Iglesia? 

“Alzad vuestras puertas príncipes, elevad vuestros dinteles portones eternos que entra el Rey de la Gloria.”  Sal 23:9   Así se narra la entrada de Jesús en Jerusalén el Domingo de Ramos.  Exultantes lo recibimos, quizá sin saber siquiera a qué viene, nos dejamos llevar por la juventud, con la esperanza de una vida plena de salud, alejada de problemas, rodeados de otros y dejándonos arrastrar indolentes por las calles de esta Jerusalén terrestre, mientras los niños extienden flores por las calles y van agitando, candorosos, ramos de olivo. 

Tiene Santa María diversos accesos, como todos sabemos, algunos se abren sólo en solemnidades importantes. Tuve el enorme gozo de traspasar la puerta de los Leones de Jerusalén un Domingo de Ramos tras descender, contagiado del júbilo de la muchedumbre, desde Betfagé, por el monte de los Olivos. Ya estaban pisando nuestros pies tus umbrales Jerusalén.

Katerina Pu/Diari MENORCA

Comenzaremos la celebración de la Semana Santa con gozo y alegría desbordados.

Yo soy la puerta, el que entra a través de mí nada tiene que temer. Aquí se hace presente, con más fuerza que nunca el siguiente pasaje, conmovedor por su trascendencia, de la homilía de inicio de pontificado de San Juan Pablo II:

“¡Hermanos y hermanas! ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad!¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo Él lo conoce!”

Pues resulta que tras abrir las puertas de par en par se las cerramos de golpe a Jesús. En la misma Puerta en la que le recibieron, sin transición sutil alguna se Inicia la Vía Dolorosa.  Ese Vía Crucis con el que procesionáis, hermanos sedentes en la venerable Iglesia de San Francisco; que tantos avatares ha sufrido: cayendo, siendo destruida, desacralizada, musealizada, reconsagrada. Firme bastión, escandido por sus contrafuertes, que nos reconforta cuando llegamos al final del puerto. ¡Qué titular inigualable San Francisco, que de tanto amar al Señor, fue estigmatizado!

Sencillo y humilde il poverello de Asís nos recuerda que somos pequeños factores insertos en una gran causa.

Nuestra parroquia conserva dormidos los cuatro formidables fuelles, les manxes, que daban aire a su voz, apartados, pero no olvidados, accionados por discretos servidores que con su esforzada labor suministraban aire al órgano. Basta tras ese gran esfuerzo oculto, la sutil presión de las teclas por parte del organista, para desencadenar una poderosa marea melódica que inunde el templo.

El accionar con templanza un conjunto de cuerdas bien ajustadas hace resonar las campanas de la torre cubriendo Mahón de sonido.

Son pequeños actos, los de los creyentes, que de la mano reverberante desde lo Alto generan poderosas consecuencias. Somos parte de su repertorio, siendo las voces del coro y la asamblea su más preciado instrumento. 

Luz: nuestro templo no es escaso en ventanales, pero si es llamativo que su gran claristorio esté cegado, esperando a que la luz inunde de nuevo su interior y haga flotar de nuevo sus bóvedas gotizantes.

De San Juan leemos: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Jn 8:12)

Y es que Dios es luz. Desde la más humilde e importante de todas, titilando cual estrella en el Santísimo hasta el más encumbrado de los rosetones.

Luces de las calles de nuestra ciudad que se atenuarán en las procesiones vespertinas preludiando la penumbra del Jueves Santo y la oscuridad infinita sobrevenida tras la muerte del Señor. 

 “Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona.” Mt 27:45.

 “Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba a abajo, y la Tierra tembló y las rocas se partieron. Y se abrieron los sepulcros.” Mt 27:51-54

Nuestra parroquia, tiene grietas, profundas, así en la primera bóveda a los pies del templo. Fracturas ominosas pero estables, testimonio de los aconteceres de un edificio que al igual que nosotros sufre dolencias y evoluciona.  Bajo este palio de piedra, en el corazón de la ciudad, Santa María alberga innumerables enterramientos de las gentes que trascurrieron por el mundo vinculados a este templo. Trabados para siempre sus huesos con los propios cimientos de la iglesia.

Los acontecimientos que experimentaremos y recordaremos en breve en la Semana Santa están llenos de grietas y jirones. De desgarros, quebranto y dolor. Uno de sus amados discípulos le traicionó y delató con un beso, lo vendió.  El mismísimo Pedro le negó porfiando en su contra. Los que otrora le abrieron de par en par las puertas ahora claman para que sea condenado, indultan a un criminal por un inocente.  No parten su manto en dos sino lo sortean con codicia, era de una sola pieza, sin costura, sin embargo, tiempo después otro oficial del ejército imperial no tuvo reparo, San Martín, partiendo su capa en dos con la espada para abrigar al aterido. Capa pequeña le quedó, capilla.

Otro romano, otrora ignoto personaje de aquel Imperio, centurión de la Segunda Cohorte Itálica destacada en Cesarea Marítima, era Cornelio, primero de los gentiles en ser bautizado en la fe cristiana. 

¡Firmes centuriones en Santa María! Buscando a Cristo Cornelio, por romano, fue rechazado, pero presto. San Pedro  tomó la palabra y declaró que, si bien Jesús había predicado únicamente entre el pueblo judío, «Dios no tiene acepción de personas, sino que se complace en toda nación que le teme y practica la justicia». Hch 10:34-48

Se complace en toda nación… en toda.

Recuerdo con infinita pena las reverencias que girando lentamente en procesión en torno al Sepulcro intercambiamos con el presbítero copto, cuya Iglesia venía sufriendo ya la más terrible de las persecuciones. Pocos sacerdotes le acompañaban, con rostros de resonancias bíblicas, rasgos serenos, enmarcados en arrugas y barbas severas, nunca olvidaré su mirada profunda. Exactamente un año después, en el siguiente Domingo de Ramos de 2017 se produjo una masacre en su Catedral con cientos de víctimas en El Cairo. 

Roturas, desgarros, dolor: las imágenes nos traen el recuerdo. Por eso las procesionamos.

En la magnífica talla de la Hermandad y Cofradía de la Sentencia se pueden apreciar laceraciones en la espalda de Jesús. Llamativas pero alejadas de lo que sucedió para no impresionar ya más al pueblo.  

Como cirujano comprendo que Cristo sufrió el mayor y más terrible de los tormentos, la peor pena de muerte posible. Suspendido de una columna, le arrancaron literalmente fragmentos enteros de todo su cuerpo con un látigo, el flagrum, armado con bolas de plomo y aparejado con esquirlas de hueso. No eran azotes, eran salvajes flagelaciones que, por sí solas, llevaban a la muerte; aunque se contuvieron un poco para ejecutarlo en la cruz. La ley prohibía golpear con este látigo en la cabeza o en otros órganos vitales para provocar sufrimiento pero no la muerte, de modo que Jesús, que recibió el triple de latigazos de lo permitido en la ley judía, sobrevivió apenas, pero quedando eso sí completamente desfigurado.  Lo coronaron con afiladas y dolorosísimas espinas, le obligaron a cargar el travesaño, de más 40 kg. por una ruta escabrosa.

Se desplomó en al menos tres ocasiones, le atravesaron nervios muy principales con clavos, en vez de atarle los brazos al patíbulo, que así llamaban en Roma al brazo horizontal de la cruz, prolongaron sádicamente su muerte con un reposapiés. Que no tenía como intención darle descanso, sino ayudarle a seguir respirando porque si no,  suspendido de los brazos su asfixia hubiera sido rápida.  Así en cada incursión respiratoria habría de mover manos y pies clavados mientras su espalda descarnada rozaba contra el palo de la Cruz. Por eso a sus compañeros en el Gólgota les quebraron las piernas, para acabar antes. A Él, cuyo tormento había sido infinitamente mayor no le practicaron la crurifracción, pues ya había expirado, fruto de todas las atrocidades previas. Y para comprobarlo le alancearon el tórax, del que manó agua y sangre. Jn 19:34-37

Sangre de Nuestro Señor, salvadora del mundo. 

Viendo abrazarse la Magdalena a vuestro paso, a los pies de la Cruz de redención, cofrades de la Preciosísima Sangre, ¿quién no se conmoverá? Maderos ungidos en sangre mártir, sacados del agua, procesionan ahora en vuestras tallas.

¿Cuán mayor dolor puede concebirse? El de una madre ver a su hijo en esas circunstancias. Descendido el cuerpo de Jesús, lo recibe María en brazos, todavía incrédula de que algo así se haya consumado. Lo vemos con nitidez en el cartel de este año, en magnífica fotografía del paso de la cofradía de la Piedad y San Juan Evangelista.

Llegan las horas más oscuras. Asumir lo inconcebible. El rostro atribulado de la talla de la Soledad es buen reflejo de este desgarro materno que no deja indiferente a nadie. Qué diferente del de la Verge de Pasqua, que nos hace vislumbrar esperanza tras una hora tan sombría.

Anhelo desvaído al contemplar salir el paso del Cristo yacente en su urna portado en andas y escoltado por sus cofrades atribulados pero orgullosos. Procesionando desde esta su casa por las calles de Mahón. 

Les hablaba hace poco del gozo que experimenté agitando Ramos de Olivo en Jerusalén y después celebrar el Domingo de Ramos dando vueltas en la Rotonda de la Basílica del Santo Sepulcro.

Nada puede superar la experiencia de asistir a la Eucaristía, todavía muy de noche, recién abierta la Basílica. A solas, con mi buen amigo, Josep Manguán. En efecto, él había reservado con gran antelación un acceso al interior del Edículo. Sobrecogido le asistí como acólito, sobre la mismísima losa del Sepulcro de Nuestro Señor. En verdad no tengo palabras para poderles transportar a este momento para mí de profunda trascendencia vital.

Allí, en el silencio más absoluto, bajo la imponente cúpula de la Anastasis sumida en tinieblas, dentro de un pequeño templete; que por dejación y disputas entre las diferentes confesiones cristianas, se desmoronaba de manera lamentable. Ahí mismo, en el corazón de una Jerusalén todavía silenciosa, envuelta en las brumas de la estación y aterida de frío. Ciudad armada hasta los dientes por recientes atentados, dos hombres, un sacerdote y su amigo visitante, celebraban el sacrificio del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, sobre la misma piedra que dos mil años antes alojara el cuerpo sin vida del Salvador. 

Hoy el edículo está restaurado, pero no hay quien visite el Sepulcro, pues Tierra Santa se desangra de nuevo, la Tierra entera está sumida en conflictos cada vez mayores, nuestra Europa languidecida se rearma, los consensos establecidos desde la Segunda Guerra Mundial se disuelven, asistimos a tiempos de profunda incertidumbre. En la Pascua de 1969, un brillante sacerdote alemán, de apellido Ratzinger reflexionaba, “¿No comienza a convertirse nuestro siglo en un gran sábado santo, en un día de la ausencia de Dios…? “

La Humanidad ha sufrido momentos de mayor tribulación, y tenemos que permanecer firmes en la esperanza. Contamos con el aliado más formidable, aquel que se hizo hombre, padeció nuestras miserias y nos abrió un mundo nuevo de redención.

Concluyendo ya, quisiera evocar las conmovedoras palabras de nuestro Papa Francisco, dirigiéndose en un gran esfuerzo, muy enfermo, a otros peregrinos también pacientes enfermos hace tres días.

“Ciertamente la enfermedad es una de las pruebas más difíciles y duras de la vida, en la que percibimos nuestra fragilidad. Esta puede llegar a hacernos sentir como el pueblo en el exilio, o como la mujer del Evangelio, privados de esperanza en el futuro. Pero no es así”.

“Incluso en estos momentos, Dios no nos deja solos y, si nos abandonamos en Él, precisamente allí donde nuestras fuerzas decaen, podemos experimentar el consuelo de su presencia.”

 “Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección”

La más pesada losa puede rodarse. Aquella que todos los que le vieron, esos privilegiados por su magisterio directo, ahora, derrotados, dispersos, pensaron que en el sepulcro improvisado de Arimatea clausuraban un sueño imposible.  

Esa losa, infinita en su gravedad, se movió. No se deslizó sola, sabemos y repetimos hoy quién, sin tocarla, con sus manos perforadas de clavos la abrió.

El Sepulcro vacío nos despertó del sueño imposible a un mundo nuevo. Triunfando sobre la muerte y perdonando nuestros pecados, Jesús, abrió de par en par puertas y ventanas, inundando nuestras vidas con la Luz Perpetua de la Esperanza.

Querida ciudad de Mahón, muchas gracias, y Feliz Semana Santa.”

ENTREVISTA A ALBERTO GIL IRIONDO: