El fin del confinamiento y el verano devolvieron los momentos de aire fresco y conversación a María Barceló Monjo, de 91 años y a Lourdes Pizà Vinent, de 92. Cuñadas y amigas, vecinas de la Contramurada nos han brindado la oportunidad de conocer cómo soportaron y superaron la soledad cotidiana que este año se ha visto agravada por la epidemia del coronavirus. Nos comentan que, aunque los días se hicieron más largos, se acostumbraron a esta situación de confinamiento. Además, al ser vecinas sentían la compañía mutua y también recibieron las visitas y la atención y cuidado de la sobrina de Lourdes.
La oportunidad de seguir las misas por la televisión les ayudó a no perder el vínculo con la Palabra de Dios. También nos contaron que desde la parroquia de Sant Francesc las llamaban cada semana para saber cómo estaban e interesarse por ellas. Ambas destacan que la fe siempre las acompaña y que en los momentos complicados nunca se pierde, es una fe sólida, que se fortalece. Con la llegada del verano recuperaron su costumbre de “seure a la fresca” algo que, según nos comentan, “siempre nos anima y entretiene mucho, porque la gente pasa y saluda y eso nos da alegría”. Sin duda, su vitalidad y esperanza son un ejemplo para todos nosotros. Como expresó el Santo Padre, en el primer Congreso internacional de los ancianos (enero 2020), “La riqueza de los años es la riqueza de la gente, de cada persona que tiene muchos años de vida, experiencia e historia a sus espaldas”.